Lo confieso, estoy inquieta. Confío en la cordura en la misma proporción en que desconfío de los dementes. Con dementes me refiero a cualquiera incapaz de jerarquizar el bien sobre el mal, a los que utilizan la violencia en cualquiera de sus formas, con cualquier excusa, con el interés propio por bandera y ajenos a la necesidad de cooperación desde la que ven disminuir su ego. Creo que la prepotencia se acerca, peligrosamente, al concepto de demente y que los juegos de poder que desde ese estado generan y gestionan los que ahí se ubican, están cargados de soberbia, de codicia, de EGO en definitiva.
¿Qué hacer ante ello? ¿Cómo podemos negarnos a participar de las malsanas invitaciones de los dementes cuando tienen poder para decidir sobre nuestras vidas?
En nuestro quehacer cotidiano, tenemos la oportunidad de detectar y neutralizar actitudes personales y ajenas en los entornos en los que ejercemos nuestra actividad, ya sea laboral o personal, en cualquier escenario en el que se represente una reacción que rompa la equidad, la reciprocidad. No siempre es fácil parar al prepotente. Tiene diversos disfraces que disimulan el personaje e intención real. En ocasiones, puede vestirse de Salvador*, el ayudador que tiene la respuesta a todo y la solución, aparentemente desinteresada, al problema de quien se muestra indefenso, incapaz, vulnerable. La victima fácil para recoger cupones de deuda, que más tarde tendrá que saldar.
Los más atrevidos, los dementes sin disfraz van a por todas, tratan de coger lo que quieren sin contemplaciones. En el ámbito clínico se les denomina sociópatas o psicópatas. Sin embargo, la mayoría en las primeras fases de sus juegos de poder se camuflan con caretas de sonrisas amigables, de supuesta sabiduría, de promesas huecas aunque creíbles para quien necesita creer, la necesidad es un caldo de cultivo jugoso para el demente.
Las necesidades legítimas de amor, de alimento, de trabajo y de seguridad, de cualquier aspecto de nuestra existencia son aspectos susceptibles de manipulación. Estos dementes andan por la vida ejecutando órdenes, gestionando empresas, creando familias para luego destruirlas, dirigiendo países.
En estos días, mientras muchos celebrábamos el amor, aunque se trate de un evento con marcado carácter consumista, otros preparaban la guerra. Unos cuantos dementes jalean a muchos incautos para llevarnos a todos a su guión de locura y hacernos participar en su juego como personajes secundarios, prescindibles, nimios ante su pretensión de poder, útiles para alimentar su soberbia una vez más ajenos a las necesidades existenciales de paz, amor, cuidado y cooperación, a las necesidades reales de las personas de cualquier casa, pueblo o país.
Haz el amor no la guerra, no es una frase hippie desfasada, tal vez requiera matices, aunque el significado es universal y atemporal. Es el deseo y la necesidad de la buena gente, de los alejados de la prepotencia, de la locura. Está en el núcleo de nuestra existencia y como dijo Fromm en su maravilloso libro El arte de amar, ‘el amor es la respuesta al problema de la existencia humana. Requiere un buen aprendizaje, como cualquier arte’.
*Salvador, rol conceptualizado en el Análisis Transaccional para describir actitudes y estilos de comunicación de quien se coloca desde arriba para someter, sobreactuar, generar necesidades con fines más o menos ocultos o premeditados, en los que subyace la necesidad de recibir reconocimiento desde una posición de poder.