El malestar de la inmediatez permanente

Vivimos en constante inmediatez,  nada espera,  tenemos respuestas rápidas a cualquier cuestión que nos planteamos.  Tecleamos en nuestro ordenador, en nuestro teléfono,  y obtenemos en segundos multitud de opciones que responden a nuestras preguntas.

En primera instancia resulta fantástica esta rapidez.  Sin embargo, elimina la oportunidad de reflexión,  de digerir la duda,  de sostener el tiempo de espera necesario para elegir con criterio.

La rapidez es adecuada en la emergencia, cuando necesitamos intervenciones concretas y eficientes.  La gestión y resolución de problemas son habilidades que podemos desarrollar, como muchas otras que nos caracterizan.  Requieren un aprendizaje previo y una cualidad imprescindible: la sensatez.  Es diferente de la reacción inmediata: -me pisan, golpeo- que repetida indica un modo de responder desde la agresividad.

Llevado a la interacción social, encontramos la necesidad adquirida de tener en nuestra mano respuestas inmediatas a todo lo que nos acontece y en especial en el marco de nuestras relaciones personales: «Si te escribo y estás en línea tienes que responder».

La consecuencia más frecuente es la ansiedad, el desasosiego constante que nos sitúa entre la necesidad de respuesta y el siguiente estímulo que será inmediato a la misma.  Por tanto la calma, si llega,  se convierte en una sensación efímera y el equilibrio de nuestro sistema nervioso no logra establecerse, por el contrario,  generamos un estado de alerta que se instala en nuestro organismo como parte de nosotros, así estamos así somos. En cierto modo, ponemos nuestro sello en lo que hacemos y en como lo hacemos, en este caso mediatizados por un instrumento ajeno, aunque ya parezca algo propio.

El control tiene un aliado extraordinario, la dependencia también.

Descartando un previo trastorno de ansiedad generalizada, es necesario plantearnos si nuestros hábitos favorecen la ansiedad, y están contribuyendo al desarrollo de una angustia evitable.

Necesitamos detectar si el exceso de conexión aumenta nuestra tendencia a la ansiedad y/o la genera. Si el control exagerado, la hipervigilancia configuran un modo de estar conexión sin estar en contacto. No hay contacto porque no hay atención real, el aquí y ahora no existe porque estoy ahí donde suena el aviso de entrada.

¿Qué nos pasa cuando no atendemos a lo que estamos haciendo, contemplando, conversando? Tal vez sea adecuada esa popular frase «la vida es eso que pasa mientras hacemos otros planes» creo que atribuida a John Lennon. Podemos ajustarla a esta reflexión: «la vida es eso que pasa mientras… paro una conversación, lectura, película, etc., para responder a un WhatsApp, un aviso de Meme nuevo o cualquier otro estímulo de reciente denominación.

Más allá de consejos vacíos, se me ocurre alguna sugerencia que suelo proponer en el contexto de apoyo psicológico y que resumo a continuación comenzando con esta contundente premisa:

Estar en permanente conexión nos desconecta.

Los profesionales de la salud, de la educación y de la neurociencia actual resaltamos hasta la saciedad la importancia de potenciar una mente focalizada.   Sea cual sea el método si es eficaz, con el aprendizaje de técnicas y procedimientos solventes como el yoga y el chikung podemos aprender a conectar realmente mente y cuerpo. Sin embargo,  no todos estamos disponibles e interesados en lo mismo, basta con comenzar a auto observarnos para darnos cuenta de aspectos importantes que tal vez nos conviene explorar.

Ten en cuenta que los hábitos cotidianos se originan y arraigan frecuentemente ajenos a nuestra voluntad, por la inercia de lo que vamos incorporando de nuestro contexto social. Por ello, podemos agilizar la consciencia para revisar nuestro gasto de tiempo, que tanto tiene que ver con  nuestro estado emocional y con lo que tiene significado para nosotros, es decir con lo que aporta sentido a nuestra vida.

El otro día leí esta frase que se atribuye a Benjamín Franklin con la que termino esta reflexión.

«La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días.»

  • Detecta tu dificultad, pon nombre a lo que percibes.
  • Asocia tu ansiedad a lo que te preocupa y revisa tus opciones de solución hasta ahora.
  • Toma una decisión y haz un compromiso de dosificación.
  • Aprende a canalizar tu energía emocional.
  • Aprende a focalizar tu mente.
  • Pide ayuda si lo consideras necesario.

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