Asistimos como espectadores a escenas parlamentarias, con riesgo de hacerse cotidianas, en las que el principal protagonista es el estilo de comunicación por encima del contenido. El caso es hacer ruido, cuanto más molesto e intenso mejor.
El juego de la descalificación con el que se compite en el ámbito político en general y tristemente en el Congreso de los Diputados en particular avanza estrepitosamente hacia un final incierto.
(Creo que se caldean en sus redes sociales, no las sigo por higiene mental y por la falta de sentido informativo que las atribuyo.)
Digo final incierto por desconocer las consecuencias a largo plazo. Sin embargo, en las distancias cortas vemos consecuencias concretas. Voces tan elevadas que son gritos, palabras tan soeces que son insultos, criterios tan subjetivos que son ego, no servicio público.
Y en el otro lado los observadores, los ciudadanos, tal vez algunos atónitos ante semejante barbarie entre los que me encuentro, con la alternativa de mantenernos ajenos a su contaminación verbal. Sin embargo, ¿hasta qué punto somos pasivos ante un espectáculo semejante? ¿Es posible que realmente no seamos sólo testigos sino partícipes del mismo modo de comunicación? ¿Es esta la manera admitida para discrepar? Si lo llevamos al entorno personal o laboral podríamos estar describiendo situaciones de acoso, de maltrato incluso. ¿Vale todo en política? ¿Tienen licencia para el insulto gratuito?
Me hago estas preguntas y me cuestiono si sólo es una estrategia de acoso y derribo para achicar al contrario o es que es el único criterio que sustenta a quien exhibe esta modalidad de comunicación.
Me preocupa el resultado social, la influencia en la calle. Traslado la reflexión a los eventos deportivos, especialmente el fútbol que tantas pasiones levanta. Siempre me ha inquietado la actitud de los jugadores, de los entrenadores, y de las aficiones exaltadas, cuando hacen gala de actitudes agresivas, que exceden la excitación propia del juego llegando en ocasiones a la violencia. Hay sanciones claro, pero el daño social ya está hecho. Me preocupan los niños, quienes representan después, al detalle, las actitudes de sus héroes. Igual que se cortan el pelo como ellos, se enfrentan al contrincante con sus gestos, imitando al dedillo al personaje que les inspira.
Me cuesta utilizar la palabra “inspira” en esta ocasión. La inspiración es algo que nos alienta a descubrirnos en una cualidad personal desconocida. Sentirse motivado por alguien o algo para el desarrollo de la propia creación, es una de las acepciones que incluye el diccionario de la lengua. Tal vez resulte más adecuado decir que les influye: ejercer predominio o fuerza moral. La cuestión es cómo y para qué. Buena o mala influencia constituyen una polarización en la que nos situamos fácilmente.
Creo necesario acompañar la inspiración y la influencia de la ética, esto es, conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida. Ética profesional, cívica, deportiva, el resultado será distinto.
No todo vale para conseguir propósitos particulares, con más motivo cuando la labor desempeñada tiene carácter de grupo e influencia en los demás. La influencia ha de ser constructiva y respetuosa en su continente y en su contenido.
No tiene sentido avanzar en algunas dimensiones de ser humano para quedarnos en etapas tan precarias en otras, tal vez en las que en mayor medida nos definen: la conciencia y la consciencia.
O acaso queremos llegar a la Luna, a Marte, o vaya usted a saber adónde, para lanzar insultos al Universo. Siendo sinceros, para elegir una descripción realista, en vez de mandar canciones de amor y paz de los Beatles, habría que enviar una sesión parlamentaria, las voces en un campo de fútbol, el ruido feroz de las guerras. A ver si alguien lo oye y reacciona porque aquí parece que nos hemos insensibilizado.
Sin ánimo de resultar tremendista, quiero terminar esta reflexión con la cara amable de la vida, las voces de un coro, el sonido de una orquesta, la risa espontánea de una niña, un abrazo.
¡Bienvenido siempre E.T. y Feliz Día de la Constitución!
4 respuestas
Muy buena reflexión.
Muchas gracias Iñaki. Un abrazo.
Me ha encantado, Consuelo. En el título mencionas la Cordura. En mi opinión, estas actitudes que mencionas de los políticos y los jugadores de fútbol son precisamente esa falta de cordura; se trata de desequilibrio, de incapacidad de gestionar las propias emociones, el propio ego.
Muchas gracias por este texto.
Te envío un abrazo,
Marta
Gracias a ti, Marta. Por leerlo y por tu aportación. Un abrazo enorme.