Amor: del arrebato al sentimiento

Estar enamorado es uno de los estados más impactantes que experimentamos. La intensidad en la que nos sumerge puede ser de tal calibre que arrebate nuestra capacidad de concentración, de pensar en otra cosa que no sea el objeto de enamoramiento. El enamoramiento secuestra nuestro aparato psíquico y es claramente físico, hormonas alborotadas, hormigueos corporales, esas famosas mariposas que sobrevuelan aliadas con la imaginación puesta al servicio de este estado distraído.

Es bonito enamorarse, especialmente si es un estado compartido, aunque claro está, no siempre es así. De cualquier modo, enamorarse es una cualidad de cada individuo, nos viene de serie como especie.

Como decía, es un estado y como tal, temporal, albergando un proceso emocional, cognitivo y relacional. Se inicia, tiene un recorrido y después desemboca en dos opciones básicas: Diluirse y terminar, o bien transformarse gracias a la elaboración de sentimientos duraderos y de apego estable, es decir, la transformación posible y no siempre alcanzable del enamoramiento en amor.

Amor, ¡Qué gran palabra! Detengámonos unos instantes en ella. Es un gran tema que podemos contemplar desde ámbitos de conocimientos diversos, la filosofía, la teología, la sociología, la psicología. Actualmente desde la neurociencia. Interesante desde cualquiera de estos campos en los que podemos encontrar grandes textos y muchos otros de divulgación superficial.

En este caso, me remito a Fromm y su clásico ‘El arte de amar’ que, aunque en algunos aspectos revisable, especialmente en lo referente a los roles de género, a los que les atribuye cualidades diferenciales que ahora no son admisibles, fuerza al hombre, cuidado a la mujer, su contribución al estudio del sentimiento de amor desde una perspectiva sociopsicológica sigue siendo, desde mi punto de vista altamente recomendable.

Es frecuente que lo relea y me suscite reflexiones asociadas al panorama relacional actual.  El amor erótico, quizás la forma más engañosa que existe, afirma Fromm, es frecuente que se confunda con enamorarse.  El comienzo súbito de una posible relación tira abajo las barreras que existían entre dos desconocidos, sigue el autor, promoviendo una repentina intimidad de corta duración. Una vez que el desconocido ya es íntimamente conocido, ya no hay más barreras que derribar, ningún súbito acercamiento que lograr.

De otro modo, si la experiencia del otro es más profunda, se podría experimentar la infinitud de su personalidad y la posibilidad de salvar barreras podría renovarse a diario, por no tratarse de una exploración superficial y rápida que se agota.

Se agota y vuelta a buscar el gran amor.

La profundidad requiere tiempo, ritmo lento para ajustar el paso, para degustar la melodía del sentimiento, aunque el principio sea intenso, con la necesaria atracción como vía de acceso, el amor, tiene el atractivo del matiz.

Sea cual sea la experiencia amorosa de cada uno, conviene revisar la propia historia, indagar en el sentimiento de amor desde esa posibilidad a la que alude Fromm de aprender a amar, que como cualquier arte que se aprende, se practica y se hace sublime cuando se pone conocimiento profundo en el mismo.

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