Nos conviene aprender a vivir en el presente, aprovechar el momento sin perturbarnos por lo que pueda pasar o lo que ya pasó. Aunque es más fácil decirlo que hacerlo, especialmente cuando algún evento o circunstancia no está resuelto o el futuro se presenta hostil.
Vivir plenamente en el presente, requiere colocar en su lugar lo de atrás, de manera que sea integrado en nuestra narrativa vital.
Por otro lado, está el futuro que ha sido descalificado por corrientes actuales más cercanas a lo paraprofesional que a la indagación basada en el conocimiento profundo del ser humano.
Nuestras capacidades cognitivas y emocionales nos permiten, entre otras funciones, revisar y reorganizar nuestros pensamientos y recuerdos para responder a la necesidad de comprender, reparar y sosegar la mente y el cuerpo, es decir, vivir en paz.
Además, analizamos el presente para plantearnos cuestiones básicas ya descritas por nuestros antepasados pensadores: ¿Quién soy? ¿Qué hago en este mundo? ¿Cuál es el sentido de la vida? Añado: ¿Cuál es el legado que quiero dejar?
En este punto, comprobamos la necesidad de sentido, cristalizada en el proyecto vital, con su necesario desarrollo en el presente y su ilusionante mirada hacia adelante.
Necesitamos planificar, no todo, no al milímetro. En la medida que alimentemos la ilusión y la curiosidad por lo que está por llegar, avanzando por la ruta en la que transitamos con un mapa que, aunque a veces requiera ajustes, nos alienta y aporta la seguridad de saber hacia dónde vamos y para qué lo hacemos.