Escritura que cura

Siempre me ha resultado gratificante escribir mis sentimientos y pensamientos, desde niña. Algo se movía diferente en mí por el simple hecho de volcarlo en un papel. No un papel cualquiera, mi cuaderno.  Algo así como  “el libro de escribir la vida” en palabras de Isabel Allende.  En mi carrera como docente en la universidad, lo introduje en una asignatura bajo la denominación:   «Autoorientación» un trabajo, en este caso sistematizado,  que los estudiantes de la licenciatura en Psicopedagogía hacían para aprender a orientar realizando su propia orientación.  Durante unos años decidí pedirlo a mano y, aunque muchos se quejaron al principio, encontré como resultado caligrafías maravillosas y sobre todo historias de vida reveladoras para ellos que era lo que pretendía el trabajo.

Da igual a mano o a “máquina”, en este caso  era una licencia que bajo mi libertad de cátedra experimenté, aunque cada día creo con mayor firmeza, que escribir a mano desarrolla capacidades ausentes en los teclados, ya hay algún estudio que lo corrobora.  Sin embargo, no es este el tema que quiero destacar hoy; quiero referirme a la escritura como instrumento básico de autoconocimiento, de reflexión y de conciencia emocional.

Más allá de la docencia, en mi actividad como psicoterapeuta, lo utilizo habitualmente como herramienta, una aliada necesaria en la mayoría de los casos.  En otros la opción es el dibujo, la música, el baile, cualquier expresión artística afín con nuestra personalidad, a esto le dedicaremos un espacio también.

Escribir para curar conlleva un vaciado interior de lo que pesa y cuando esto ocurre,  generamos espacio para pensar con claridad, para alentar una perspectiva diferente de la historia que nos contamos acerca de lo que vivimos.  Tan simple y tan complejo a la vez. 

A modo de ejemplo, comparto un párrafo recogido del proyecto nuevo en el que estoy trabajando.  Describe el resultado de un proceso terapéutico reflejado por escrito.

Me doy cuenta de que pienso diferente, más despacio, sin atropellos, y lo reflejo también en la manera de escribir, de hablar, de estar. El ritmo pausado me beneficia y me instauro en él a conciencia. En ocasiones la inercia frenética del pasado quiere alojarse en mí y reaccionar ante cualquier estímulo, sin embargo, la detecto y desvío, casi con la facilidad de un regateo experto: “ahora es cuando diría…” así me sitúo en un lugar estratégico que me permite decidir sin caer instintivamente en los circuitos anteriores. Realmente funciona y, aunque sé que me encuentro en periodo de prueba, no quiero negarme el mérito y la satisfacción de estar dónde estoy, que es, afortunadamente donde quiero estar.

Como sugerencia para empezar, elige un cuaderno para ello y colócalo en un lugar en el que lo tengas a mano, el escritorio, la mesilla o tal vez tu cartera o bolso, y simplemente comienza a escribir. Tal vez puedas empezar describiendo el día que has pasado hoy, tus anhelos, tus dificultades, tus propósitos, lo que sueñas al dormir, tus inquietudes, etc.  Revisa de vez en cuando lo escrito anteriormente y date cuenta de tu evolución y/o de tus repeticiones.  La escritura así, se convierte además, en una asistente de nuestra memoria.

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