Cuando pensamos acerca de nuestra vida, de nuestras circunstancias y tratamos de comprender como hemos llegado a una situación concreta, es frecuente que nos atascamos en el por qué. ¿Por qué me ha pasado esto? ¿Por qué elegí estudiar esto, aquello? ¿Por qué no fui capaz de…? Si hubiera tenido, si hubiera hecho, si no hubiera dicho. Planteamientos irreversibles que nos afligen e impiden transformar lo que nos paraliza y daña cegándonos para contemplar nuevas perspectivas.
El miedo es el aliado de la parálisis que atenúa el impulso de crecer y experimentar, evitando las ganas y cediendo al poder de la desmotivación y sus comportamientos improductivos, un estado cuasi depresivo desde el que no se atisba salida. Puede resultar algo familiar, propio: “soy así, triste, vago, pesimista, un desastre”, una manera peculiar de llevar a cuestas nuestra existencia.
Más allá de las atribuciones que nos catalogan y limitan, es de utilidad un método de análisis que nos permita descifrar nuestro laberinto personal para optar por opciones realistas y constructivas. Es algo que podemos aprender igual que aprendimos a errar y a descalificarnos o bien a no darnos cuenta bajo la etiqueta del despiste, tantas cosas que asumimos como parte de nuestra personalidad, descartando la posibilidad de modificar lo que no funciona. Recordemos que hasta el color de los ojos, asignado genéticamente, varía con la luz, adquiere matices diversos que como la vida, depende, en gran medida, de las gafas que nos pongamos para ver.
Hace unos días dedicaba esta reflexión a la escritura como compañera de nuestro viaje introspectivo. Hoy resalto la lectura como clave para el autoconocimiento. Es obvio que favorece la reflexión y el buen uso del lenguaje. No es indiferente esto para nuestra propia comprensión y conocimiento de quien somos, al contrario, es necesario para indagar, reflexionar y sentir en la piel propia los puntos comunes del ser humano que somos descritos por otros que ya pensaron en ello, o que lo escribieron a modo de novela, narrativas diversas que amplían nuestra mirada. Después, como individuo particular hemos de bregar íntimamente con nuestra soledad.