Nos encontramos en pleno verano, un verano atípico con sentimientos encontrados. Por un lado, nos mueve la necesidad del descanso, del disfrute que tenemos asociado al tiempo estival. Por otro, permanecen en nosotros las secuelas económicas, psicológicas y físicas, de lo vivido los meses anteriores, además, nos consta, aunque a veces lo ignoremos, que podemos volver a la casilla de salida con el cansancio acumulado del extraño maratón recorrido.
Cuando se tratan las consecuencias de una crisis, de un incidente crítico como se denomina en el ámbito psicológico, se estima que las reacciones psicológicas, miedo, rabia y tristeza especialmente, pueden persistir en forma de ansiedad, inquietud durante aproximadamente cuatro semanas sin que se consideren disfuncionales y requieran de tratamiento específico, más allá de la gestión propia de esa situación: información, apoyo de las redes personales, el acompañamiento necesario, etc.
En las circunstancias actuales, existe el ingrediente añadido de que la situación problema sigue presente, podemos decir que reside en nuestro pasado, presente y futuro, lo que contribuye a su complejidad por convivir, en unos casos, con la acomodación y el olvido del riesgo incrementando precisamente el mismo, y en otros, por seguir viviendo ahora con la percepción de temor de atrás y observando la falta de cuidado de los demás.
Nos adaptamos rápido y ya asistimos a la normalidad de saludarnos con la cara cubierta por la casi permanente mascarilla, complemento incorporado como quien se coloca una gorra, al igual que esta se pone de un lado o de otro, también los ciudadanos optamos por el estilo propio prevaleciendo en ocasiones la comodidad a la utilidad.
No son pocos los que desmitifican el temor para disfrutar lo que queda en el límite de lo prohibido, sobrepasándolo a base de anestesia y falta de consciencia. El demente no necesita muchas excusas para esquivar la empatía, carece de ella.
Existe la posibilidad del sentido común que nos invita a detectar las situaciones concretas en las que destaparse la cara sin riesgo, lo estimo oportuno para no excederse en la contención y llegar a la represión sin necesidad, esto se paga caro también. Sin embargo, para esto hace falta como digo, un sentido común real y constante, tejido a base de educación desde los primeros pasos, de experiencia inteligente, de reflexión. Animo a activarlo en cada uno de nosotros como respuesta cooperativa desde la que participar en nuestros grupos de referencia particulares y de manera especial, para contribuir con nuestra mejor versión al bien común del grupo humano al que pertenecemos.