Ya asoma el aroma de septiembre ¡Qué ganas! En unos días recuperamos el ritmo lento de este lugar que habitamos, elegido por unos, y de herencia para otros. Poco a poco, vuelven a sus ciudades los veraneantes, me alegro de que hayan disfrutado del lugar que nosotros elegimos para vivir, rompiendo la costumbre de pisar asfalto seco, de tenerlo todo menos aire y silencio.
Me apremia la necesidad de que se alejen los que, para dejar constancia de su visita, desatienden los carteles que indican que se trata de un lugar protegido. Ascienden a las dunas, pisotean zonas de cría, con el fin de hacer fotos que plasmen su estupidez y falta de conciencia. Total, qué importancia tiene un chorlitejo patinegro.
Pronto pasearemos por la playa recogiendo lo que olvidaron, envases vacíos de una merienda al sol, bolsas que el levante arrastra sin que logremos alcanzarlas antes de que se hundan en el mar confundiendo y dañando a los habitantes marinos. A nosotros también nos dañan, aunque preferimos ignorarlo.
Mientras la carretera se llena el ánimo se sosiega. No nos llamemos a engaño, todavía queda verano y gente para disfrutarlo. Gente consciente que cuida el entorno, el lugar que durante unas horas se convierte en su sala de estar, ataviado con sombrillas, toallas, mesas y neveras, que no falte de nada.
Con ánimo de descubridores, algunos describen en sus redes sociales, con más imagen que palabra, lugares que señalan como playas tranquilas, solitarias, divulgando lo que creen especial porque ellos lo han pisado. ¡Que ignorante puede ser el ego!
Después al chiringo de moda que hay que alimentar el prestigio con el “Yo he estado aquí”.