La vergüenza es un sentimiento que experimentamos cuando algo que hacemos es recriminado con actitudes o palabras humillantes que nos hacen sentir inadecuados. Tiene que ver también con el miedo a hacer el ridículo, sintiéndonos expuestos ante otros en inferioridad de condiciones.
Es fácil hacer sentir vergüenza a un niño. Pronto recogen el malestar que supone la mirada ajena y el reflejo interno que produce. De inmediato, la autoestima decrece.
En la vida adulta se halla cubierto de un montón de capas de experiencias, manteniendo la herida, una herida del alma decía J. Pierrakos popularizado por la divulgadora Lise Bourbeau.
Cuando quien hiere es alguien cercano e importante emocionalmente, la herida es más dolorosa. En psicoterapia es una de las más frecuentes. También la injusticia, la traición, al abandono y el rechazo. Todas ellas dañan en lo más profundo de la persona, constituyendo una huella difícil de borrar porque todas implican alguna carencia afectiva o algún exceso de crítica, sin sensibilidad para amar al otro tal cual es.
El instrumento es la burla, la crítica, la descalificación y la agresión.
Quien daña también tiene una herida enmascarada que sólo alivia devolviendo lo que no sabe gestionar.
Es frecuente que los niños heridos desarrollen mecanismos para vivir con sus heridas, inconscientes generalmente. Así vamos por la vida, con nuestras luces y nuestras sombras.
Cuando esa herida no es de la infancia y otros, en la vida adulta, pretenden causarla, el efecto es diferente. Los resortes de la persona se activan para responder de la manera más conveniente que a veces consiste en no responder. Dicho de otro modo, si una persona está segura de sí misma, educada emocionalmente y ha adquirido un comportamiento asertivo, el propósito del dañino, cae en saco roto.
Si estamos heridos, nuestras máscaras se activan ante el temor, cuando detectamos riesgo de que algo nos dañe. Tal vez nos alejemos, tomando distancia para protegernos. Aunque, si el aislamiento es excesivo puede que dejemos de vivir experiencias que podrían resultar gratificantes.
Tal vez el daño se vuelque hacia uno mismo, cuando la herida es muy profunda, repitiendo el trueque doloroso para mantener el control.
Otra salida desde el dolor es la dependencia, buscando en otros lo que no se tuvo, protección, atención, reconocimiento, a veces a costa de más daño. Otro mal trueque.
Hay heridas de traición, basadas en mentiras que producen desconfianza y destruyen las ilusiones. A veces se acompañan de injusticia, que conecta claramente con la humillación y el rechazo. Pueden causar rigidez y contener rabia oculta, no expresada.
El remedio es la consciencia y el aprendizaje en amor propio, la dignidad y la empatía. Es necesario aprender a amar, conocer y respetar.
La clave es detectar y elaborar el vínculo dañado, y revisar la estructura básica que quedó sin cristalizar, la seguridad y la confianza para ser y hacer sin condiciones.
En estos días de encuentros y a veces de desencuentros, es buena idea prepararse revisando nuestro estado interior, nuestra disponibilidad para compartir sin repetir patrones reactivos que evoquen sentimientos que dañan. La actividad introspectiva es una característica que nos invita a darnos cuenta conscientemente de lo que vivimos sin detrimento del disfrute espontáneo y genuino.