El Análisis Transaccional ha sido un modelo pionero en lo que actualmente se denomina Inteligencia Emocional y ha realizado importantes aportaciones para comprender e intervenir en la dimensión afectiva de las personas. Una de ellas es la descripción de los comportamientos emocionales perjudiciales (rebusques) asociados a cada una de las emociones conocidas como básicas, estas son: alegría, tristeza, miedo, enfado, incluyo amor, porque de este sentimiento o de su carencia derivan algunos de los principales obstáculos para estar bien, sentirse querido, adecuado, aceptado, etc. Sin embargo, cuando ha sido generosamente retribuido, la urdimbre afectiva creada constituye un pilar básico para la vinculación y la seguridad personal, luego viene todo lo demás: el estilo educativo, el aprendizaje social, etc.
Desde el Análisis Transaccional se ha detallado la importancia del aprendizaje emocional en el contexto primario de socialización que es la familia diferenciando entre emociones naturales y emociones aprendidas o rebusques, siendo estas últimas las que deducimos de nuestros permisos y prohibiciones parentales que sirven de guía para la expresión de nuestras reacciones emocionales. Cuando hay prohibiciones directas o deducidas, aprendemos a utilizar una expresión emocional más adaptativa para nuestro entorno. Lo peculiar de los rebusques es que se trata de trueques, de cambios emocionales con tal de aliviarnos. No se puede evitar sentir.
Puede que el enfado no esté permitido, su expresión es castigada, descalificada, ignorada, pero tal vez la tristeza sí se permita, se acaricie, se refuerce: «Estas triste, ven aquí que te voy a hacer un pastel exquisito». O simplemente expresiones de lástima: «pobre, ya te lo hago yo».
Si la alegría es un problema, no se ríe, no se celebra, no se disfruta de un buen rato comiendo, hablando, y la expresión de esta emoción es desatendida o criticada: «No sé cómo puedes estar tan contento con la que está cayendo», «Has aprobado pero vagueas mucho», es posible que aprendamos a sentirnos mal en las situaciones de disfrute, utilizando disfraces de la rabia como la culpa, la pasividad, etc.
Cuando el miedo ha estado desprotegido y/o descalificado: «No tengas miedo, los fantasmas no existen», «miedica»… puede hacerse grande, fóbico, y cambiarse por enfado en las situaciones de temor.
Algo parecido sucede con la dificultad para la expresión de la tristeza, cuando al manifestarse ha sido contenida, ignorada, racionalizada, puede experimentarse enfado en las situaciones de pérdida, falsa alegría, o desarrollar síntomas físicos que desembocan en cuadros de ansiedad, evitando el duelo el sufrimiento se hace crónico.
Es importante señalar que no se especifica en este modelo la diferencia entre emociones y sentimientos. Uno de los principales representantes de este modelo, Claude Steiner, afirma que son lo mismo.
Actualmente, sin embargo, desde el ámbito académico la diferencia es clara. Se denomina sentimientos a los estados afectivos estructurados, más estables en el tiempo y menos intensos y con menos intervención fisiológica que las emociones.
Llamamos emociones a las experiencias afectivas intensas, efímeras, de aparición súbita y con una notable implicación fisiológica. Marcan el estilo reactivo ante la realidad que vivimos.
La emoción señala el modo en que nos afecta lo que vivimos, los sentimientos describen el vehículo interno desde el que nos dirigimos desde dentro hacia fuera como muestra de nuestra personalidad. Un ejemplo gráfico para entender la diferencia entre ambos conceptos es este: puedo sentir rabia, un gran enfado hacia una persona con la que comparto un sentimiento profundo de amor: padres, hijos, pareja, etc. El enfado, experimentado y gestionado adecuadamente pasará y el sentimiento de amor se mantiene.
Las reacciones emocionales se reflejan en el cuerpo, cada emoción tiene un modo de expresión corporal, las más llamativas las relacionadas con el sistema circulatorio: taquicardias, subida o bajada de tensión, de tipo secretor: sudor, lágrimas y respiratorias como apnea, hiperventilación, gástricas, etc.
El cuerpo es un gran aliado para el autoconocimiento y la gestión de las emociones, concretamente la respiración y la tensión muscular suponen un eficaz vehículo para darnos cuenta de nuestras experiencias emocionales cotidianas e impulsar nuestro bienestar.
- Conocer nuestro panorama emocional.
- Identificar los indicadores físicos.
- Aprender a respirar fluidamente sin bloqueos.
- Destensar los músculos.
- Expresar adecuadamente lo que sentimos.
- Descontaminar pensamientos tóxicos.